El foco del partido lo ocupó Kaká, que siempre ha amagado que no va rendirse, pero que finalmente ha dimitido. O, peor aún, no se han fiado de él. El Bernabéu le dio una oportunidad de sentirse futbolista y Kaká, al que el Madrid no sabe cómo poner el puente de plata para que vuele pero que tampoco ha hecho una mala declaración en su vida, se marcó una primera parte óptima. Tuvo dos apariciones estelares por el balcón del área y finalmente un par de goles y un tercero de penalti que le pusieron en paz, al menos con él. Lo de Kaká ha sido un querer y no poder. La gran duda respecto a él no consiste en saber si es recuperable o no. Ese ya es un debate estéril. La gran cuestión es si Kaká de verdad quiso alguna volver a la cima. Porque una cosa es amagar y jugar ratitos viviendo de las rentas y otra, querer de verdad. Eso requiere un sacrificio.
Morata compitió en protagonismo con Kaká. También marcó dos goles, uno de ellos bien bonito, con una definición de clase. Morata, del que Mourinho sólo se acordó en Getafe y a la desesperada, es un buen proyecto de jugador al que, salta la vista, le iría bien una cesión para crecer y sacudirse cierta candidez inevitable cuando no se ha salido del horno de casa.
El Millonarios de Bogotá, líder de la Liga colombiana, resultó un equipo pobrísimo, incapaz de medir medianamente al Madrid, que ha trufado la semana que Mourinho deseaba utilizar para darle un plus a la intensidad y al fondo físico del equipo con dos partidos que no lo han exigido nada.
El Madrid pisó el freno, pero incluso dejándose ir le fue imposible dejar de hacer goles en la segunda parte. El sexto, de Kaká. Y el séptimo de Callejón, que juega el trofeo Bernabéu como la final de la Copa de Europa. Una de las cosas que Mourinho no pasa por alto. Y el octavo de Benzema...
Y en Chamartín se pusieron a hacer la ola y a hacer cosas que tuvieran poco relacionadas con el partido. Había poco que ver. Lo que tenía que verse ya se vio y fue en 1952: Alfredo Di Stéfano.
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